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domingo, 8 de diciembre de 2013

Los jóvenes y la música

Introducción

La temática de la juventud es abordada por numerosos autores, quienes intentan comprenderla a través de diferentes enfoques y del análisis de diversos factores. En el presente informe se pretende analizar cómo es la construcción de la identidad de los jóvenes a través de la música, ya que ésta siempre ha desempeñado un papel importante en el aprendizaje y la cultura, pudiendo llegar a influir en costumbres y emociones.




Desarrollo

La música como cultura

Es un medio para percibir el mundo, un instrumento de conocimiento que incita a descifrar una forma sonora del saber. El arte de los sonidos es, desde hace siglos, un terreno intercultural. 
Ha sido siempre una forma de expresión cultural de los pueblos y de las personas a través de la que se expresa la creatividad. 
Es un arte, pero las manifestaciones musicales van unidas a las condiciones culturales, económicas, sociales e históricas de cada sociedad. Para poder comprender un tipo de música concreto es necesario situarlo dentro del contexto cultural en el que ha sido creado, ya que la música no está constituida por un agregado de elementos, sino por procesos comunicativos que emergen de la propia cultura. 
Tiene como finalidad la expresión y creación de sentimientos, también la transmisión de ideas y de una cierta concepción del mundo. Dada esta presencia, han aparecido en la historia del pensamiento diferentes aproximaciones a esta expresión cultural, tratando de estudiar su papel en la sociedad y en la educación, el porqué de sus efectos, su poder y sus orígenes. Pero el análisis de la música debe ir más allá. 
Algunos postulados del pensamiento de San Agustín nos enseñan que la música es clave para hacer comprensible la trama de las cosas, pues recurre a un mundo artificial para comprender la realidad y su acontecer. Además, si tomamos la música como fenómeno cultural debemos tener en cuenta la complejidad del análisis, ya que la música «…no es tan sólo un conjunto de productos que deben ser enmarcados en un contexto sociocultural. El fenómeno musical no nos debe interesar sólo como cultura, en el sentido más restringido de patrimonio, sino también como elemento dinámico que participa en la vida social de la persona y al mismo tiempo la configura.»

Edgar Morin reflexionaba sobre la doble dimensión de la canción: musical y verbal. Teniendo en cuenta sus ideas y valorando el poder comunicativo que tiene la música, cabe preguntarse si el componente más importante de la canción, del éxito de su mensaje, se encuentra en la parte musical o en la parte verbal. Pues bien, no cabe duda de que la letra ha tomado el protagonismo. La letra es el mensaje, comunica de una forma directa, describe la sociedad. Por tanto, podemos decir que el mensaje de la música actual se objetiviza a través de la letra de la canción. Debemos, pues, entender la música, tanto el componente melódico como la voz, como acción humana dentro de la cultura.
El problema se plantea a la hora de valorar la importancia que tiene la música dentro de la sociedad actual. Durante siglos se ha tendido a analizar la cultura musical desde los criterios que definían a un tipo de lenguaje musical muy localizado, éste es la música clásica, culta, que nace en Europa central condicionada por el desarrollo de la burguesía y cuyo ideal se forja en el romanticismo. Estos criterios se nos antojan insuficientes en una época como la actual, en la que los modernos medios de comunicación ponen a nuestro alcance un número indefinido de culturas musicales nacidas en cualquier parte del planeta. Hoy en día, la música debe ser entendida como una práctica comunicativa y expresiva fundamental, cercana a cualquier individuo y habitual en cualquier cultura, una práctica que, lejos de ser exclusiva de una clase social, forma parte de la vida cotidiana de todos los individuos de nuestra sociedad, en especial de los jóvenes.



Juventud y música: entre el consumo y la identidad

«La música se construye históricamente, se mantiene socialmente y se crea y experimenta individualmente.»
Cada periodo histórico tiene un sonido característico, definido socialmente, pero más allá de las características propias del lenguaje musical presente en cada generación (ritmos, melodías y mensajes), los individuos establecerán una relación con la música aprehendida desde sus propios condicionantes y puntos de partida. Por tanto, la música debería ser entendida o percibida de distintas maneras por cada oyente. La música es un producto social y como tal quedará determinada por el contexto. De forma que los gustos musicales no son libres, sino que están condicionados y adquirirán su sentido en el contexto social en el que tienen lugar a partir de los procesos de interacción producidos en su seno y teniendo en cuenta los condicionantes sociales de cada uno de los actores que participan de estas interacciones. 
De igual modo, las relaciones que establecen los individuos a partir de su gusto por la música vendrán determinadas también por el contexto social que las crea. El gusto musical queda condicionado socialmente. Y es precisamente este gusto musical el que creó grupos sociales definidos en torno a una ideología concreta trasmitida a través del medio musical. Ahora bien, la música de la postmodernidad ya no se adscribe a una clase social determinada como sucedía en otras épocas. Actualmente, la música se pone al servicio de cualquier persona, independientemente de su status, poder o prestigio. Bien es cierto que cada tipo de música tiene su público y lugar donde ser interpretada, pero las nuevas tecnologías acercan la música a todos los rincones del planeta. Siguiendo las ideas de Pierre Bourdieu podemos decir que la música actual es la manifestación de la extensión y la universalidad de la cultura. Los movimientos sociales que giran en torno a la música no están tan definidos como en épocas pasadas. Se produce una mezcla de tendencias, de looks, de ideologías que de alguna forma evidencian la pluridimensionalidad de la música postmoderna. Todo ello nos lleva a determinar que dentro de la sociedad actual, la música presenta una fisonomía heterogénea que responde a la existencia de una metamorfosis constante de los gustos, impulsada por la sociedad de consumo y fomentada desde los medios de comunicación. A pesar de esto, podemos seguir afirmando el papel de la música como instrumento para la distinción social.
La música actual, de igual forma que la cultura, sigue una política y una estética del fragmento y también, como escribió Baudelaire, de lo efímero, lo fugaz y lo contingente pero es vendida como mercancía cultural de primer orden, como simulacro artístico. La música de la postmodernidad se caracteriza por un pluralismo de estilos y lenguajes tendentes a la complejización y relativización de sus contenidos. La actual variabilidad de los gustos, vinculada a la continua transición de modas provocadas por el dinamismo social y una creciente democratización de la cultura, implica una sucesión de estéticas musicales fugaces, siendo imposible hablar ya de grandes formaciones estético-culturales alrededor de la música. Podemos decir que la música creada en la actualidad no posee una conciencia estética unitaria, sino una multiplicidad (de estilos, mensajes, etc.) de conciencias estéticas fragmentadas.
Este cambio sustancial en la estructura musical y en las relaciones que giran en torno a ella ha sido consecuencia de la actividad económica llevada a cabo por la industria sonora. Esta industria, más preocupada por el aspecto comercial de la música que por sus posibilidades de comunicación e interacción social, pone al alcance de todos un amplio abanico de productos musicales de ritmos fáciles y letras simples. De esta forma, aparece un tipo de lenguaje musical que responde a las necesidades lúdicas de la sociedad. La música actual se ha convertido en producto de consumo, destinada sobre todo a un público joven. Acompañada, habitualmente, de cambios en la forma de hablar y vestir, entre otras cosas, es una música basada en un ritmo constante, de melodías básicas. Las letras de las canciones son sencillas y pegadizas, carentes en muchos casos de valor literario. Este tipo de comunicación a través de la música se presentaría como un importante instrumento de alienación. El mensaje suele ser simple, alejado de la crítica social, y cercano al ámbito festivo. Este tipo de música corresponde a un mundo en el que prima la velocidad y la imagen. Junto con esta música nace el consumo de todo lo que rodea a las grandes estrellas del negocio (ropa, bebidas, discos, artículos decorativos), actividades manejadas por grandes y poderosos intereses económicos. En este contexto, los grupos musicales nacen y mueren a gran velocidad fruto de las exigencias del moderno sistema de consumo. El fenómeno en su conjunto es una clara representación de un mundo cuya finalidad fundamental es el comercio, que establece una constante selección y censura hacia todo aquello carente de valor en el mercado. Entonces, es posible concluir que la finalidad de la composición musical se basa en crear algo útil en un momento dado para movilizar masas consumidoras y generar negocio. Esta nueva música popular se utiliza de una manera general como medio para influir sobre la sociedad, de tal manera que está sirviendo para crear modas, valores y anti-valores, como vehículo de propaganda política e ideológica; en definitiva, como medio para universalizar una concepción uniforme del mundo, acorde con la sociedad de consumo y frente a la que los ciudadanos y la sociedad en su conjunto parecen indefensos. 
Ante esta situación en la que la música ha sido absorbida por criterios estrictamente comerciales, todos aquellos estilos minoritarios, al apartarse de la corriente principal, se convierten, paradójicamente, en elementos importantes de donde arrancan poderosos criterios de identidad, especialmente para el público juvenil. En una sociedad donde se ha apostado más por el consumo de la obra musical que por su función socializadora, la divulgación devalúa. Cuando los bienes musicales que pertenecían a una determinada minoría se convierten en comunes, los individuos que se reconocían dentro de esa minoría por el hecho de escuchar esa música se encuentran menos identificados con ella. Los estilos musicales catalogados con la etiqueta de minoritarios, por el hecho de no poseer un amplio mercado donde poder ser comercializados, han conseguido alejarse de los lugares comunes, de los terrenos de las mayorías y se encuentran adormecidos en lugares en los que es más fácil encontrar seguridad integradora, disipando el temor al encasillamiento que tanto preocupa a los jóvenes. Por tanto, a la hora de describir los nuevos movimientos sociales asociados a la música, la dificultad radica en manejar la distinción entre la identidad y el consumo masivo sin que ello nos impida comprender sus formas de mutua conexión y conflicto.


Las subculturas juveniles y la música

La expansión de un mercado musical específicamente destinado a la juventud apoyó el cada vez más importante papel de la música en la construcción de la identidad juvenil. La música, sin duda, no era y no es la única expresión de la cultura popular a partir de la cual los jóvenes construyen su identidad. El cine, la moda, la televisión, antaño la motocicleta y hoy el vehículo «tuning», entre otras cosas, son elementos cruciales en la construcción de su universo simbólico. Sin embargo, como afirmaba Paul Willis en los años setenta: «Para la mayoría de la gente joven de este país [Inglaterra], y especialmente los jóvenes de la clase obrera, las formas expresivas recibidas como el teatro, el ballet, la ópera o la novela son irrelevantes, y la música pop es su única forma principal de salida expresiva.» La música popular, tanto en su vertiente de consumo como en su potencialidad expresiva, adquirió un papel fundamental en la construcción de la identidad entre los jóvenes de las sociedades industriales avanzadas.
El fenómeno aludido es especialmente importante dentro de las subculturas juveniles urbanas, denominadas «tribus urbanas» en España. Las «espectaculares» subculturas juveniles, según la expresión de Dick Hebdige (2001), aparecidas tras la Segunda Guerra Mundial, en primer lugar en Estados Unidos: Bikers, Beatnicks, Hippies, etc. (Hall, 1977); después en el Reino Unido: Teddy Boys, Mods, Rockers, Skin-Heads, Punks, entre otras (Hall, Hobson, Lowe y Willis, 2002; Hall y Jefferson, 2000; Hebdige, 2001); y posteriormente extendidas por en el resto de Europa, por ejemplo los Blousons Noirs en Francia (Monod, 2002), son expresión destacada del cambio paradigmático que estaba sufriendo el capitalismo de consumo. 
El análisis subcultural ha tendido a sobrevalorarlas, porque en realidad no es posible afirmar que las subculturas representen al conjunto de la juventud en un momento concreto. En general, las subculturas caracterizan a una parte minoritaria de la juventud. Sin embargo, en lo que nos concierne son extremadamente representativas, porque son muestra, por un lado, del nuevo espíritu hedonista alejado de la ética calvinista del trabajo y, en consecuencia, constituyen un modelo paradigmático en el que estudiar el cambio cultural; y, por otro lado, porque devienen constructoras de estilo, no sólo absorben las mercancías del mercado juvenil, sino que se reapropian de ellas creativamente y generan nuevos estilos subculturales, a su vez reutilizados por el mercado de consumo juvenil. 
Las subculturas y contraculturas tradicionalmente han construido la identidad de sus componentes en oposición o al menos frente a la cultura dominante. La música ha sido un arma en esta pugna por la identidad. Este hecho, no obstante, no implica una música popular militante, ni abiertamente opuesta ni completamente integrada en la sociedad. El sonido construye la identidad subcultural, junto a otros elementos, pero no tiene por qué hacerlo combatiendo la cultura dominante. 
Algunas subculturas, por su constitución y las circunstancias socio-históricas en las que surgen, articulan y engarzan más un mensaje coherente y reivindicativo, tratando de generar una identidad congruente; mientras que otras se centran más en las prácticas vividas y no quieren o no pueden establecer una «interpretación autorizada.»
La música popular, tal como es experimentada, se sitúa en la intersección del mercado de consumo y la expresión creativa de los jóvenes, a veces en forma subcultural. El mercado no construye la identidad completamente, como tampoco la juventud crea su universo simbólico de modo autónomo. Los jóvenes negocian su identidad utilizando los materiales que encuentran en su entorno. Estos, en las sociedades avanzadas de capitalismo de mercado, se encuentran en el mercado de consumo juvenil. La música es una de estas mercancías, quizá una de más importantes dado su potencial para construir identidades. En todo caso, la música sufre el mismo destino, siempre fluctuando entre la creatividad popular y el mercado de consumo.




Conclusión

La juventud es una etapa donde se busca una identidad y la música llega a ser la llave para encontrarla. En un mundo que tiende a la homogeneidad extrema, la música parece ser la última salida donde mostrar una diferencia; ser original, independiente o rebelde, e ir contra la corriente. Quizá se trate de buscar una identidad diferente a la de sus padres, ocupar el tiempo libre o, tal vez, ahogar el sentimiento de soledad y encontrar un grupo de personas en el que ampararse ante las exigencias del sistema. 





Bibliografía
- “La música en la juventud” - Miguel Ángel Ávila Ruiz
- “Influencia de la música en jóvenes y adolescentes” Artículo de Nuevo Diario Web.
- “Impacto de la música sobre los adolescentes” – Martín Comas.
- “La identidad juvenil” – Jaime Hormigos y Antonio Martín Cabello.

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